viernes, 28 de agosto de 2009

K-HITO: YO PRESENCIÉ LA TRAGEDIA.

MANOLETE: ESTOCADA A ISLERO


K-HITO: YO PRSENCIÉ LA TRAGEDIA


Me unía a Manolete una buena amistad, derivada de mi admiración enorme por el arte del gran torero. Él sabía cuán desinteresado era mi afecto. “Yo lucho – me dijo más de una vez- con esa seriedad mía; la gente me cree huraño y orgulloso, y soy, ciertamente, afectivo y sentimental; los que me tratan con asiduidad lo saben. No tengo don de gentes, si el don de gentes es fingir el primer día lo que aun no se puede sentir”.


En efecto, Manolete era así. Refractario a la farsa, al tópico y a la hojarasca de la vida social, su corazón de oro iba quedando al descubierto con el trato reiterado. Cuando él se rendía a la amistad, la rendición era sin condiciones. Yo no sé si un artista que necesita de la gran masa debe ser de esta manera o de otra; pero, por mi parte, tanto admiré al torero como al hombre serio, integral y fiel –permanentemente fiel- a su carácter y su concepto de la amistad. Fui su amigo. Tengo para mí que mi admiración y mi hondo afecto ningún perjuicio le causaron. Material, desde luego que no.


Por mi desventura, presencié en Linares su fin. El dinero de Manolete constituía el tema obligado de todas las conversaciones, como si esta fortuna, amasada con sangre, no fuera la más pura y la más legítima de todas las fortunas. “¿Qué dinero tiene ya Manolete?, me preguntaron mil veces. “En firme, nada –respondí siempre- porque todas las tardes y en todos los toros se juega su capital y la vida”. Ya se ha visto; en su última carta de Linares, todo lo puso y todo lo perdió.


En el banquete celebrado recientemente en honor de Carlos Arruza, Manolete se sentó a mi lado. --No torees más, Manolo –le dije--. El dinero de los toreros no se sabe de quién es hasta que se retiran. --Esa es la verdad don Ricardo –repuso el Monstruo-. Sí; yo le llamé monstruo en aquella corrida de Alicante. Debí de acertar al llamarlo así cuando con Monstruo se quedó. No tengo ninguna fotografía suya dedicada. Debo ser de los pocos españoles que no molestan solicitando autógrafos. Precisamente en el banquete de referencia, cuando ni Manolete ni Arruza, rodeados de una nube de peticionarios, podían dejar un momento la pluma, se le ocurrió a Manolete decirme: --A ver cuando le firmo una a usted, don Ricardo. --Bien. Ya te enviaré una muy grande, pero como lo de Manuel Rodríguez (Manolete) está muy gastado, a mí me vas a poner lo que te diga. --¿El qué? --“Yo, el Monstruo.” Y Manolo rió, asintiendo.


¡Pobrecito! Allí estaba su cadáver sobre un lecho de hospital. Una sábana ceñida al cuerpo lo cubría. La mandíbula inferior la sujetaba un pañuelo albo. Su cabello, abundante, revuelto, destacaba sobre la almohada. Postrado de hinojos ante el amigo muerto, oré con fervor profundo. Amanecía. Unas lágrimas, que no pude contener, escaparon como postrer tributo a nuestra amistad. Ahora he vuelto a llorar. Esta crónica que te dedico, Manolo, es la última. Acéptala.

LA CORRIDA TRÁGICA El moquero presidencial está ya al viento sobre la colgadura del terciopelo granate. Mientras despeja el ruedo un caballista ataviado a la andaluza, las cuadrillas avanzan un paso para que se sitúen los espadas en la misma puerta.


Desde mi localidad veo sólo a Manolete. En espera de la llegada del jinete, que intenta en el ruedo unas filigranas, el Monstruo oye los primeros aplausos de la tarde. Destellos de sol despiden los bordados de su traje, rosa pálido y oro, muy pálido también.


Salen los toreros. A la derecha del presidente, Gitanillo de Triana, de carmesí y oro; en el centro Luis Miguel, de verde y oro; a la izquierda, Manolete. Después del paseo las palmas de convierten en ovación para el Monstruo, que tiene que llegar hasta los medios montera en mano. Manolete vuelve a las tablas e invita a compartir con él los aplausos.


El lleno es total. Rompe plaza un miura de buena presencia, al que Gitanillo toma de capa superiormente. En el primer quite, Rafael para y se estira. Manolete en su turno borda unas verónicas formidables, lentas, rítmicas, majestuosas. Al dar un capotazo, el miureño derriba al Boni, que viste un traje azul y negro, y en el suelo lo busca reiteradamente. Se llevan al burel los capotes, y el Boni se levanta ileso, con sangre de toro en cara y cuello.


Giltanillo se encuentra con un toro de Miura que embiste a las mil maravillas y que, por añadidura, carece de fuerza. La faena del gitano es muy apañada. Comienza por ayudados y, sobre la zurda, torea al natural. En uno de los muletazos resbala y cae ante los hocicos del astado. ¿Qué tendrá el piso de la plaza de toros de Linares?. Continua Rafael valiente y torero. Monta la espada, y allá que se va con una estocada corta en lo alto. Gitanillo oye muchas y muy merecidas palmas.


Sale el segundo morlaco. Lo pica el Pimpi. El presidente cambia la suerte pronto. Manolete mira con cierta sorpresa al palco presidencial. Tampoco este toro tiene demasiada fuerza en los remos. Y reservón se muestra. El maestro lo para por bajo. Vienen enseguida unos derechazos supeiorísimos, enormemente apretados. Como el bicho se aploma cada vez más, Manolo recurre a unos adornos, nueva modalidad suya en estas últimas corridas. Toca el pitón acaricia el testuz y tapa así la media arrancada del toro. Un pinchazo muy bueno y una estocada corta. (Ovación y saludos.)


Al tercer miura lo recoge Luis Miguel con unos lances muy quietos y templados. El toro pelea superiormente, con nobleza y barvura. Luis Miguel pide los palos. El primer par queda en lo alto; el segundo, de finísima ejecución, en lo alto también, y al cambio, al hilo de las tablas, prende otro magnífico. Comienza Dominguín su labor muleteril con tres estatuarios de excelente calidad, seguidos de unos derechazos superiores. El toro toma muy bien la muleta, y Luis Miguel está muy torero y muy decidido. En dos series borda unos naturales formidables, suavísimos y largos. Los de pecho con que remata la serie tienen, también, usía. En el interin se adorna artísticamente. Tres veces pincha y dos intenta elk descabello. El presidente le otorga la oreja de su enemigo. Pero los banderilleros de Luis Miguel le llevan las dos y el rabo. Dominguin saluda con todo eso en la mano. “¿El rabo?”, pregunta. El público le dice que no, y Luis Miguel lo tira. “¿Esta oreja?”, “Que no, que no”, y el torero renuncia a ella. “¿Y esta otra?” “Sí, si” Hace una inclinación de sometimiento a la voluntad popular, y con el pabellón auricular del astado pasea por la periferia.


El cuarto. Pelea medianamente. Transcurre el tercio de quites sin nada que subrayar. Gitanillo trastea al bicho sin perderle la cara, ciertamente, pero sin grandes apreturas. Clava media espada caída, que produce vómito. Ni palmas ni pitos.

LA COGIDA DE MANOLETE


En la arena, el quinto miura. Se llama “Islero” y es negro, entrepelao, con bragas. Buen trapío. Los capotes los toma con desgana y frena algo. Lo pica Ramón Atienza y en una de las varas introduce mucho palo. “Islero” a bandrillas llega descompuesto. Corta y achucha. Empero, Manolete a muchos toros más peligrosos que éste les ha impuesto su faena. ¡Mal lote el de Manolo esta tarde!


Cantimplas y Gabriel González clavan los palos. Del tramo sale Gabriel apurado. Manolete extiende la flámula. Unos pases de tanteo y enseguida unos derechazos imponentes que que nadie esperaba. Precisamente el toro empujaba por el lado derecho. Está en pie el público aclamando al torero. ¡El mejor! ¡El mejor! ¡El único! ¡Mosntruo! A los derechazos siguen cuatro manoletinas espeluznantes. Es este el adjetivo que figura en mi “block”. Es indescriptible el entusiasmo de las gentes.


--Conde –le digo a Colombí- me parece que no vamos a Almería. (En una arrancada violenta –esto se me pasó consignarlo en el periódico-, Manolete intentó un Molinete de rodillas sin llegar a hincarlas en tierra. Tiene interés porque ese lance no formaba parte de su repertorio. Como tampoco los adornos acariciando el pitón, que usó últimamente en Toledo y en Linares.) Ya tenía todo ganado Manolete. Con una estocada hábil, entrando deprisa, hubiera podido acabar. Ya tenía en las manos las orejas de la res. Pero entonces vino lo sorprendente.


Manolo se perfiló a poca distancia del miura. Lió la muleta, arrastró el pie izquierdo y centímetro por centímetro fue clavando el acero en el morrillo del toro. Duró aquello demasiado. Se le vieron marcar todos los tiempos de la suerte suprema. Ni entró a matar con el morlaco pegado a toriles, ni la res se le vino encima de modo que él no pudiera evitarlo. Nada de eso. El toro tuvo tiempo de prenderlo por el muslo derecho. Lo elevó un palmo del suelo, y Manolete, girando sobre el pitón, cayó de cabeza. Cogida sin aparato. Quedó el espada entre las paras delanteras del miura, que optó por seguir a un capote. Manolete, aun en el suelo, se llevó la mano a la herida.


Toreros y asistencias acudieron con toda rapidez y lo tomaron en brazos. Equivocaron el camino de la enfermería y tuvieron que rectificar. Manolete iba pálido, intensamente pálido. En la arena habían quedado dos regueros de sangre. Todo el público se dio perfecta cuenta de que Manolete estaba gravemente herido.


“Islero” se dirigió a las tablas y allí dobló. Las dos orejas y el rabo llevó un peón a la enfermería, justa ofrenda del presidente y el público al extraordinario torero. -


-Hemos visto la última corrida de Manolete- le dije a Colombí. Y lo dije no creyendo que la herida fuese mortal, ni siquiera muy grave, sino persuadido de que no volvería a torear. De convencerlo nos encargaríamos todos sus amigos. Siguió la corrida, sin que ya nadie prestara atención.


Al sexto toro Luis Miguel lo lanceó bien y le hizo una faena suave y torera. Acabó con él de dos pinchazos y un descabello. Oyó palmas. Entre tanto llegaban noticias de la enfermería. Primero, que si una cornada grande en el vientre. Luego, que si un cornalón en un muslo….

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