sábado, 13 de marzo de 2010

JOSUÉ EN OLIVENZA / POR SACHEZ DRAGÓ

Enrique Ponce


Donde las dan, las toman:
Sánchez Dragó se hace poncista

Uno de los escritores más famosos por su tomasismo, acaba de publicar en "El Mundo" el siguiente artículo. Es de suponer que a más de uno de su plantilla le habrá sentado como un cuerno quemado.

Josué en Olivenza
Por Sánchez Dragó

TRES días gloriosos. Empezó esa cuenta el jueves. Boadella estrenaba su última obra en el Teatro del Canal: un derechazo en la mandíbula de los espectadores. Deslumbrador y desgarrador, dije al salir. En el asiento contiguo me tocó Enrique Ponce. Era un barrunto. El viernes por la tarde tiré para Olivenza. Llovía como en los tiempos del Arca. Seguro que suspenden las corridas de la Feria, pensé, pero siempre me quedará el consuelo de pasar por El Cristo, que está en Elvas, a dos pasos de donde voy. Aquello es el parque jurásico del marisco, con centollos como diplodocus y cigalas como tiranosaurios. Sus cocineros gritan dos veces al día ¡No pasarán! mientras los diablos gastrocidas de Ferran Adriá trepan con sus tridentes por las murallas del buen comer. Los necios, a todo esto, se desmelenaban como plañideras en el hemiciclo de la Generalidad.
¿Necios? Sí: los que no saben. No insulto, sino que defino, sólo por lo que hace a la tauromaquia, a Wagensberg y Mosterín. Necedades diría también yo si me pusiera a pontificar sobre asuntos de física o de matemáticas. Total: que el sábado, después de la comilona, me fui hacia la plaza y... Cuentan los lugareños que Cutiño, su empresario, llevaba tres días de hinojos ante el Señor de los Pasos, que es el patrón del lugar. A saber, pero lo cierto es que el sábado por la tarde apenas llovió, mientras Tomás y Perera hacían de las suyas, y el domingo por la mañana, en el colmo ya de los milagros, salió el sol.
La corrida era matinal. Llegó el cuarto toro, que era el segundo de Ponce, se abrió de capa el torero, y olé. Fue tan grande lo que hizo, toreó tan bien, con tanto temple, inspiración, imaginación, arte, suavidad, elegancia y gracia, que el tiempo se detuvo y el sol, para verlo torear, también. Los ángeles aplaudían. El último tercio duró más de doce minutos, y hasta el duodécimo, saltándose cuanto dispone el Reglamento, el presidente no se atrevió a decretar el aviso. Yo miré el reloj y vi que las manecillas estaban tan en suspenso como el ánimo de las hermosas gentes del toro allí congregadas para rendir homenaje a éste, que por su nobleza debió ser indultado, y a los últimos héroes que en el mundo quedan.
Ponce fue Josué ante los muros de Gabaón, «y no hubo día como aquél, ni antes ni después, porque Jehová, habiendo atendido a la voz de un hombre, peleaba por Israel». (Jos 10:14). ¿Sólo por Israel? ¡Ojalá lo hubiesen visto Mosterín y Wagensberg! De sabios como ellos es cambiar de opinión.

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